Así, la cultura del cuidado y el buen trato
no es una opción secundaria o circunstancial,
sino una exigencia constitutiva de la identidad cristiana y
del testimonio eclesial. Cuidar, acompañar
y proteger es hacer presente a Cristo en
medio del pueblo de Dios, y es también
responder con fidelidad a la vocación
de ser una Iglesia que acoge, que sana y
que construye comunión desde la
verdad, la justicia y el amor.